enero 15, 2018

Modernidades y falacias

Hace algo más de un año y en un artículo llamado “Tradiciones y patriarcado: Otra alianza que perjudica seriamente la igualdad entre mujeres y hombres”, ya comentaba cómo el patriarcado se sirve de muchas herramientas para perpetuarse y cómo las tradiciones son una de esas herramientas.

Cuando se exigen cambios para construir sociedades más igualitarias y más equitativas entre mujeres y hombres, de inmediato aparecen las fauces patriarcales con sus herramientas y mil caras para desmontar los argumentos para esos cambios.

Se apuesta por la modernización y la investigación en las diferentes disciplinas académicas, en las industrias, en las administraciones, en todos los órdenes de la vida para (supuestamente) mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Pero cuando se trata de mejorar la vida de las mujeres y las niñas específicamente, para que estas sean menos desiguales, parece que entra una ceguera colectiva y se abre la etapa de los “peros”, de los “siempre ha sido así”, “no lo hemos inventado ahora”, “eso conlleva estrechez de miras”, “a los hombres también nos pasa”, “es la puerta a un nuevo puritanismo sexual”, y así un largo etc. y esta semana estoy atenta a dos casos concretos.

Las consecuencias del movimiento mundial #MeToo en contra del acoso sexual que vivimos las mujeres al parecer no han gustado nada a Catherine Deneuve y un grupo más de mujeres francesas que hablan de “odio hacia los hombres y la sexualidad”. También advierten el regreso de una “moral victoriana” oculta bajo “esta fiebre por enviar a los cerdos al matadero”, que no beneficiaría la emancipación de las mujeres, sino que estaría al servicio “de los intereses de los enemigos de la libertad sexual, como los extremistas religiosos”.

A ver, por partes. 

La justificación a algunos tipos de abusos que se ejercen contra las mujeres y las niñas de forma cotidiana, es directamente la asunción de la desigualdad entre mujeres y hombres y, por tanto, convertirse en una voz y en una herramienta del patriarcado que precisamente pretende mantener el orden asimétrico en esas relaciones para mantener el orden dominación-sumisión. La libertad sexual lo es realmente cuando dos personas desean por igual mantener cualquier tipo de relación desde una caricia hasta el propio acto sexual en sus múltiples formas y variantes. 

Al menos para mí, la libertad sexual no pasa porque un hombre me diga que si no estoy con él soy una estrecha o una puritana. E incluso a una mujer que actuara así, tampoco se lo permitiría. Mi libertad sexual no nace de los deseos de otras personas, nace de mi deseo. No necesito que nadie me dé permiso para ser libre en cualquier ámbito. 

El manifiesto de estas mujeres defiende a capa y espada los tradicionales roles femenino y masculino, sin apostar ni un ápice por cambiar nada. Patriarcado en estado puro. De nuevo la tradición pasa por la defensa de las normas marcadas por la parte dominante de esta situación. De nuevo quienes cuestionan este orden son las “marcadas” como diferentes por atreverse a cuestionarlo.

Pero además considero que aunque solo fuera por pedagogía de cara a quienes vienen detrás, se debería tener en cuenta cómo esa pretendida libertad para acusar de puritanas, revisionistas de la historia, feminazis, etc. a quienes pretenden que las personas, todas las personas, podamos ir por la calle sin ser acosadas o tocadas sin consentimiento, es una desfachatez. Y lo es, porque en el momento en que alguien invade nuestra intimidad en forma de acercamiento de cualquier tipo indeseado nos está robando esa parte de intimidad que quizás no queramos compartir. Y puede tener mil maneras de manifestarse como acercamientos, palabras, besos, etc. 

No entender que los actos no deseados, son una invasión de la intimidad de la persona que no los desea por cuestiones de cualquier índole y por tanto se la está acosando, es no entender que cada día sale el sol. Pero así actúa el patriarcado, satisfaciendo todos sus deseos al precio que sea. Incluso justificándose cada día por ello en boca de sus propias oprimidas.

El segundo caso del que hablaba es sobre la polémica que seguro que va a hacer correr ríos de tinta tras el anuncio del Consell de les Dones de la ciudad de Valencia para crear una subcomisión que analice el papel de la mujer en los monumentos falleros, así como en la imagen que las Fallas dan de las mujeres o cómo se trata a las mismas dentro de la propia fiesta.

Y volvemos a las tradiciones. Aunque alguna de las componentes del Consell de les Dones ya ha manifestado “que no se pretende atacar a las fallas sino mejorarlas para hacerlas más igualitarias e inclusivas” las voces patriarcales no han tardado en aparecer para defender que las cosas “siempre han sido así”.

De nada vale que se explique que la imagen hipersexualizada de las mujeres en los monumentos falleros nada tiene que ver con el carácter irónico de las fiestas y sí con una visión patriarcal del papel de las mujeres en la sociedad tanto actual como pasada. Porque no olvidemos que aunque solo veamos figuras humanas o “Ninots” están representando un determinado enfoque a los temas que trata el monumento fallero en cuestión. 

Y es muy curioso (e incluso a veces divertido desde la perspectiva de la coherencia) como alguna gente se empeña en defender la libertad de expresión de quienes diseñan las fallas o artistas falleros contra el intento de unas fallas más igualitarias e inclusivas y, al tiempo, legislan normas que amordazan a la gente que no piensa como ellos e incluso pueden llevarlos a la cárcel por atreverse a cuestionar sus mandatos. 

Pero eso sí, la libertad del artista fallero ha de estar por encima, aunque la del titiritero es cuestionada, denunciada y el artista encarcelado. Todo un ejercicio de coherencia política. 

Y ya advierto que este tema fallero va a ser polémico y hará correr ríos de tinta porque las mujeres defendemos que se nos dé un trato diferente al que impone la mirada patriarcal.

Por eso el título de este artículo se llama “modernidades y falacias” porque cuando pretendemos modernizar el espacio simbólico que impone el sistema patriarcal, nos topamos de bruces con todas las resistencias habidas y por haber. 

Y por tanto resulta que la modernidad en determinados ámbitos, es una falacia total porque el patriarcado se siente amenazado por los avances que exigimos las mujeres, y reviste con sus mejores galas a voces para que le defiendan a capa y espada, a la antigua usanza.

Poco a poco, las mujeres tomamos la voz y la palabra y eso asusta a quienes ven, en el orden establecido su mejor baza. Pero aunque sea lenta, la revolución de las estructuras sociales para hacerlas más igualitarias, llegará. Y llegará para quedarse.


Teresa Mollá Castells
La Ciudad de las Diosas

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in